jueves, 14 de junio de 2012

Un poco de historia...

Como ya decíamos en el post anterior, el arte del vestir pese a ser uno de los menos valorados, es uno de los más vitales e importantes dentro de una cofradía puesto a que una imagen bien ataviada, mejora a la talla en un porcentaje bastante elevado además de dar una buena imagen de la cofradías.

La labor fundamental, y donde se puede juzgar a un vestidor, es en la colocación del tocado, ya que este exige una colocación concreta, conforme a una estética que ha ido evolucionando a lo largo de la historia.

Para hablar de los orígenes de la vestimenta de las Vírgenes, tenemos que viajar hasta el siglo XV, cuando se empezó a vestir tímidamente a las imágenes marianas con un manto y una toca monjil colocandoles una mano sobre el pecho sujetando un corazón con siete puñales (simbolizando la profesía de Simeón), siguiendo así el estilo que San Lucas había impuesto en la Iglesia de Araceli de Roma.

Sería a finales del siglo XVI cuando Isabel de Valois, viuda de Felipe II, encargó
al imaginero jiennense Gaspar de Becerra una imagen de candelero que reprodujece a una Dolorosa de la Soledad que estaba representada en un lienzo que ella misma había traído consigo desde Francia.
Una vez concluida la talla, se vistió con el traje de  viuda de la Condesa de Ureña, Camarera Mayor de la Reina, exhibiéndose en la Iglesia conventual del Buen Suceso de Madrid. Desde ahí esta forma de vestir se extendió por toda la peninsula, llegando a Francia, Nápoles incluso a América, es por esta razón que las advocaciones de Dolores, Soledad o Angustias desde entonces suelen vestirse de negro, luciendo, aunque cada vez menos, el atuendo de viuda de la corte de Felipe II, en lugar de la indumentaria hebrea que sería la más rigurosamente histórica.

A continuación incluimos un interesante documental que recrea la historia de la Virgen de la Soledad de la corte de Felipe II


Hasta llegar a mediados del siglo XIX no habría demasiadas variantes en cuanto a los arreglos de las Vírgenes. La práctica totalidad de las dolorosas vestirán enlutadas y el "tocado" se presentará sencillo, sin variaciones ni espacio para la imaginación, todos en la línea de los tocados monjiles.
Por esas mismas fechas comienzan a aparecer las tres piezas fundamentales que definirían el atuendo de toda dolorosa: el manto, la saya y el tocado. La saya o falda se ciñe a la cintura con un fajín o cíngulo en visible alusión a la virginidad de María. El manto procede del "Misericordia" del Medioevo y simboliza el amparo que los hijos buscan en la Madre. Por último, el tocado es la versión sevillana del "schebisim" prenda judía que enmarca el rostro de las mujeres de Nazaret.

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